Los tarahumaras:
Pueblo de estrellas y barrancas
David Laue
En 1995, cuando aun estaba muy fresco el levantamiento zapatista, Banobras
publicó la primera edición de Los tarahumaras: Pueblo de estrellas y
barrancas, de Carlos Montemayor. A cargo del fotógrafo francés, Gérard
Tournebize, la fotografía de la edición original combinó imágenes históricas
de Karl Lumholtz y de otros autores con imágenes de la época en que se
editó. Han pasado diecisiete años y pareciera que el libro iba a permanecer
vivo solamente en las bibliotecas privadas de quienes tuviéramos la suerte de
contar con un ejemplar. Pero, gracias a la intervención de los herederos del
autor con Banobras, el Instituto Chihuahuense de la Cultura pudo re-editar,
traducir y publicar un tiraje de pasta dura, lujosamente encuadernado de este
valioso aporte a la cultura humana. Además de contar con dos versiones del
texto original, una en inglés y otra en rarámuri, la actual propuesta goza de
una mayor cantidad de imágenes que establecen un diálogo más directo con
la narración. La primera edición se hizo completamente con imágenes
análogas mientras que ésta combina análogas escaneadas con archivos
digitales.
El texto de Carlos Montemayor, igual en ambas ediciones, se adentra en una
arqueología sobre el ejercicio antropológico que cuestiona la hegemonía del
método científico occidental, a la vez que aboga por un conocimiento que
integre múltiples puntos de vista. Contrasta el método poético, subjetivo y
sensible de un Antonín Artaud con el rigor cientificista supuestamente
objetivo de un Karl Lumholtz, y, -- aunque es señaladamente más duro con
el noruego--, los plantea como dos extremos del espectro metodológico y
desmenuza los fallos en ambos. Finalmente, la propuesta del autor revela
posturas posmodernistas que estaban a la vanguardia en la última década del
siglo pasado y que exigen la autoevaluación de toda “autoridad” al ejercer su
oficio, ya sean éstas políticos, críticos literarios, fotógrafos o antropólogos.
Asimismo, reconoce la absoluta importancia de basar el ejercicio de las
actividades humanas en el reconocimiento del valor intrínseco del “Otro” y en luchar por establecer un verdadero diálogo intercultural con el fin de
producir una conversación más informada, más enriquecedora, más justa y
más humana. Siendo así la argumentación del texto, la selección fotográfica
tenía que reflejar el gran espíritu humanista y crítico que caracteriza la obra
de Carlos Montemayor.
Histórica y lamentablemente, el convertir al enemigo y a los grupos
conquistados y marginados en el “Otro” parece ser una práctica humana,
porque remarcar lo que nos divide en vez de lo que nos une y enfatizar las
diferencias incomprensibles e infranqueables es necesario para, primero,
señalar su inferioridad y luego, justificar el abuso y el despojo, o bien el
paternalismo y la idealización. Pero cuando el Otro se vuelve más
respetado, más comprendido, más valorado y finalmente más reconocible, se
torna menos Otro, y ya no es tan fácil descalificarlo ni despojarlo con una
conciencia tranquila, ni tampoco elevarlo a una categoría sobrehumana.
Simplemente, como lo establecen las reglas de cualquier diálogo, nos
debemos el respeto mutuo y el trato justo que le corresponde a todo ser
humano, respeto y trato que nos permiten escuchar, reflexionar, dar nuestra
palabra y ser escuchados de la misma manera.
El rarámuri es emblemático del estado de Chihuahua. Sus vocablos
nombran restaurantes, casas de cambio, distribuidoras de productos
químicos, hoteles y toda suerte de empresa; imágenes del corredor veloz o
del indio estoico se usan para vender camisetas o viajes y estancias de lujo
en la sierra, y muñequitos infantilizados se mercan como recuerdos de un
viaje relámpago a las Barrancas del Cobre, que poco o nada tiene que ver
con un contacto cultural real.
El lugar simbólico de honor que se le otorga al pueblo rarámuri dista
enormemente del trato real que se le da. Ha sido y sigue siendo objeto de
despojo territorial, objeto de políticas asistencialistas que sacian necesidades
inmediatas, pero garantizan una dependencia prolongada si no eterna. A
veces pareciera que el clientelismo de la miseria en verdad beneficia más a
las instituciones públicas y privadas que al pueblo rarámuri. Y hay que decir
la verdad: Los megaproyectos forestales han devastado los bosques que
habitan y han cambiado el clima del que dependen, los proyectos mineros
rebanan los cerros y contaminan el agua que beben, los proyectos turísticos
se adueñan de su paisaje, dejan una estela de basura o simplemente no le
toman en cuenta más allá de una foto de recuerdo, y los programas de
servicios ambientales se van apoderando lentamente de lo que queda de suterritorio y sus recursos, sobre todo del agua. El legado de la colonización,
aunado con la apertura del territorio rarámuri al capital internacional ha
generado numerosas quejas, varios procedimientos legales y denuncias
nacionales e internacionales que impugnan dichos proyectos por violatorios
de los derechos culturales del pueblo rarámuri. Todo esto ocurre en un
clima de creciente inseguridad y descomposición social que afecta
profundamente la vida en comunidad, sobre todo a los jóvenes, muchos de
los cuales empiezan a buscar su futuro en las filas del narcotráfico.
Pero, no obstante tantas dificultades crónicas, hoy por hoy la cultura
rarámuri, como lo señalara Carlos Montemayor, sigue con vitalidad. Los
hermosos vocablos de la lengua resuenan en los valles y ahora se publican
en libros, el golpeteo del tambor aun retumba en las barrancas, se tejen
wares, sunnú y muní se siembra, pascol se baila, kobisi se comparte y se
toma sugui y batari.
La religiosidad del pueblo rarámuri casi siempre ha sido el enfoque del
trabajo fotográfico y tema de muchos libros. La selección de la presente
edición contiene fotos de la Semana Santa, del yúmare y de la raspa de
jícuri, pero rebasa el marco común al ingresar en la vida cotidiana, algunos
de los trabajos de la tierra, la cocina, el paisaje, la reconquista del territorio y
otras vivencias. Así como el texto cuestiona los prejuicios de la cultura
dominante hacia el mundo rarámuri, la selección y edición fotográfica
intenta acercar a los lectores de manera visual a su universo, que, para los
chihuahuenses, mexicanos y extranjeros, ha sido fácil tachar de exótico, pero
difícil de comprender.
Un excelente retrato de Nacho Guerrero en la portada capta la mirada
pensante y penetrante que emana de los ojos del chérame y nos enfrenta con
un sujeto rarámuri consciente y profundo. Es un aviso de que lo que sigue a
continuación va a ser algo distinto a lo que nos hemos acostumbrado a ver y
leer. La contraportada del fotógrafo Arturo Rodríguez, --cuya imagen
icónica del rarámuri de pie frente a la barranca fuera la foto seleccionada
para la portada de la primera edición--, muestra la vital importancia de la
vida en comunidad para la cultura rarámuri, sobre todo en la fiesta, el
principal tema de este fotógrafo. Las imágenes de Gérard Tournebize, --
uno los primeros fotógrafos contemporáneos a realizar un trabajo fotográfico
a fondo --, iba tras las huellas de su paisano, Antonín Artaud para hacer
imágenes que ya son clásicas y ostentan una estética sobria y una
composición impecable. Las imágenes de Emilio Montemayor revelan momentos de intimidad y son prueba de la relación de confianza que logró
establecer. Tania Petite se acerca a la carrera de bola en las barrancas y
muestra su habilidad de captar el color y acercarse al mundo rarámuri. Los
numerosos collages en el interior generan una conversación visual entre
distintas imágenes relacionadas con temas de importancia como la fiesta, el
maíz, la mujer, los personajes reconocidos por la cultura dominante y la
representación del rarámuri en la cultura dominante. Las fotos y bitácora del
taller de fotografía indígena dan fe de un trabajo en ciernes que no ha
prosperado por falta de un seguimiento metódico.
El mundo indígena en México y en las Américas en general, sigue
resistiendo el asedio y las ambiciones de un sistema cada vez más voraz que
se devora a sí mismo. Cada día las comunidades tienen que inventar nuevas
maneras de enfrentar los ataques que vienen de una cultura de masas cada
vez más urbanizada, globalizada y enajenada. Las luchas actuales en contra
del atraco abundan: en lo que sería el equivalente de demoler el Vaticano en
busca de oro, la explotación minera en San Luis Potosí propone acabar con
Wirikuta, la tierra sagrada del pueblo wixárrica; en Cherán y Guerrero,
recurren a la policía comunitaria para garantizar su seguridad, etnias enteras
están por perder todo su territorio en la Amazonía brasileña debido a
proyectos hidroeléctricos, y uno de los robos más grandes y trágicas es el
peligro que corre el maíz nativo de nuestro país por la contaminación
genética que representa el negocio del maíz genéticamente modificado: igual
que los idiomas indígenas, miles de años de ensayo y error podrían
desparecer para siempre en una cuestión de décadas.
A título personal quiero decir que coordinar y armar el discurso fotográfico
para la merecida reedición de Pueblo de estrellas y barrancas ha sido un
honor y una responsabilidad repartida entre la fotografía, el legado de Carlos
Montemayor y el pueblo rarámuri. Además, ha sido importante para poder
sacar a luz una parte del trabajo personal que he realizado a lo largo de 16
años en acompañamiento de COSYDDHAC y CONTEC, dos aguerridas
organizaciones no gubernamentales, al servicio del pueblo rarámuri en la
Sierra Tarahumara. Y es justo, pues Carlos Montemayor tenía una relación
solidaria con organizaciones civiles como COSYDDHAC y CONTEC.
Je est un autre, “Yo soy el otro” frase célebre del poeta francés, Rimbaud,
también encierra una posibilidad de rescatar importantes conocimientos
humanos y una oportunidad de que las culturas dominantes recuperen algo de la dignidad que han perdido al imponerse a otros grupos
pueden encontrar mas información en http://www.nacionmulticultural.unam.mx/Portal/Central/EDITORIAL/pdfs/130301_los_tarahumaras.pdf
ResponderEliminarla informacion esta muy bn ademas por que nos dice el por que se le dice el pueblo de las estrellas
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